12.26.2007

ABC DE LA LECTURA BIBLICA



(Tomado de las SBU)


El abc de la lectura de la Biblia
Por César Vidal


Comience todos los días con la lectura de la Biblia: resulta algo tan elemental como lavarse la cara y desayunar, pero por si acaso no tiene práctica comience por cosas sencillas, por ejemplo, un capítulo del Antiguo Testamento y otro del Nuevo. Incluso puede comenzar por los libros más sencillos como Juan y los Salmos. En un año, habrá dado la vuelta dos veces al Nuevo Testamento y una al Antiguo.
Estudie sistemáticamente un libro tras otro de la Biblia: no le llevará más de treinta o cuarenta minutos al día. El tiempo ideal puede variar. Algunos preferirán la hora del café, otros cuando los niños se hayan dormido. Da igual. Haga un esfuerzo y encuentre unos minutos para detenerse con más cuidado en un libro. Con un cuaderno y un lápiz al lado para tomar notas. Se va a sorprender de lo que aprende.
Abandone su iglesia local si no predica en serio la Biblia y búsquese otra: lamento ser tan tajante, pero si no lo alimentan, búsquese otro sitio… a menos que esté dispuesto a ir a comer a un restaurante y a tolerar que le dé solo cacahuetes salados.
Permítaseme ir un poco más lejos en mi maliciosa impertinencia: si va usted a una iglesia porque la música es buena, porque los asistentes son simpáticos, porque hablan de tonterías como el cambio climático o porque no son muy exigentes en cuestiones morales, espiritualmente no se halla usted en sus mejores momentos.
Las iglesias descritas en el Nuevo Testamento estaban centradas en la Palabra y no perdían el tiempo en cosas así. Además, si quiere escuchar buena música cristiana siempre puede escuchar en casa La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach (piadosísimo protestante) mientras estudia la Biblia; si lo que busca es simpatía, los clubs sociales sobran; si siente atracción por los cuentos chinos, además de Al Gore puede comprarse libros sobre extraterrestres y para laxitud moral, sobran los programas televisivos de corazón. Desde luego, si permanece en un sitio donde no se predica en serio la Biblia, tarde o temprano, acabará enfermo de raquitismo espiritual. No es una situación envidiable salvo para los que se aprovechan de ella.
Medite a diario en la Biblia: lo que ha leído, lo que ha estudiado, lo que el Señor le ha enseñado en sus lecturas cotidianas, téngalo en la mente y el corazón durante el día. El consuelo, la fuerza, el crecimiento que va a derivar de ello le sorprenderá.
Busque personas con las que compartir lo que encuentra: pueden ser los hermanos de su iglesia, los amigos y, por supuesto, la familia. También puede darse esa conversación a distintos niveles. Mi buen amigo y hermano Shai Shemer y yo gustamos de entretenernos en las sutilezas del texto hebreo del Antiguo Testamento y – lo confieso – algunos de los momentos más agradables de mi existencia se dan cuando puedo conversar con el pastor de mi iglesia sobre determinados pasajes. Pero tampoco hay que saber hebreo, encontrar a un amigo que lo conozca o tener un pastor como Iñaki Colera para compartir la Biblia. Por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que desmenuzó un texto bíblico charlando con su cónyuge? ¿Cuándo fue la última vez que conversó con sus hijos sobre las Escrituras?
No deje de profundizar en la Biblia: haga un ejercicio fácil. Diríjase a su biblioteca – o a lo que se parezca en su casa – y observe cuántos libros le ayudan a entender mejor lo que Dios nos ha enseñado. Le dirá mucho sobre sí mismo. Por ejemplo, si sus lecturas “cristianas” giran sobre cómo perder kilos evangélicamente o sobre cómo hacerse rico según la Biblia o sobre cómo adivinar el catastrófico futuro y no hay referencias a Jesús, a los Evangelios, a su mundo y un largo etcétera… no le quiero engañar: va por mal camino.
Por favor, no ponga excusas: No me hable de los niños, de la esposa (o esposo), del trabajo, de los amigos ni del calentamiento global. Si tiene usted tiempo para perderlo viendo la TV, leyendo libros o revistas, jugando a cualquier cosa… tiene tiempo para todo lo anterior. Podrá objetar quizá que necesita tiempo para distraerse y que leer la Biblia es una pesada carga.
Lamento decirle que su excusa no me convence. Primero, porque si considera que le distrae más ver la TV que profundizar en el mensaje de Dios las cosas no van muy bien y, segundo, porque usted no se ha enterado todavía de lo atrayente, apasionante, subyugante que puede resultar el estudio de la Biblia. Razón de más para que lo emprenda. ¡Ah! Se me olvidaba. No me hable de su amor por el prójimo y su sufrimiento por la Humanidad si ni siquiera es capaz de ordenar su tiempo para hacerse con el bagaje de amor, consuelo y compasión que se halla en la Biblia. No suena convincente.
Una última cuestión. Como mis lectores conocen mi impertinencia, no tengo la menor intención de pedirles disculpas o de endulzar lo consignado arriba. Como dijo aquel gobernador no precisamente digno de imitar, “lo escrito, escrito está”, pero es que además ha sido escrito por su bien.
Eso sí. Como estamos en la época, me permito desearles una feliz Navidad… leyendo la Biblia. [Tomado de ACPress Internacional]

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