(TOMADO DE LAS SBU)
Espiritualidad cristiana y comunicación
Por P. Valdir José De Castro, Licenciado en Comunicación Social por la Facultad Cásper Líbero de San Pablo (Brasil) y en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma
Uno de los trazos fuertes de nuestra cultura es el consumo de bienes materiales y simbólicos. La sociedad consumista en que vivimos no se cansa de presentar promesas de felicidad en productos de los más diferentes tipos para los más diversificados gustos: coches, ropas de marca, paquetes de viaje, electrodomésticos, cosméticos, computadoras de última generación, etc.
Muchas personas prueban satisfacer el deseo de felicidad llenándose de "cosas". Sin embargo, cuanto más se llenan, más sienten necesidad de algo que las satisfaga. En realidad, sucede lo que afirma Viktor Frankl: "en nuestros días un número cada vez más grande de individuos dispone de recursos para vivir, pero no de un sentido por el cual vivir".
Otras personas, al contrario, que están al margen de la sociedad, pierden el sentido de la vida porque no encuentran el mínimo necesario para vivir con dignidad. El exceso de bienes o su carencia, entre otras consecuencias, pueden generar crisis de sentido.
Muchas personas prueban satisfacer el deseo de felicidad llenándose de "cosas". Sin embargo, cuanto más se llenan, más sienten necesidad de algo que las satisfaga. En realidad, sucede lo que afirma Viktor Frankl: "en nuestros días un número cada vez más grande de individuos dispone de recursos para vivir, pero no de un sentido por el cual vivir".
Otras personas, al contrario, que están al margen de la sociedad, pierden el sentido de la vida porque no encuentran el mínimo necesario para vivir con dignidad. El exceso de bienes o su carencia, entre otras consecuencias, pueden generar crisis de sentido.
Destacando estos aspectos del contexto social no queremos olvidar otros factores que también despiertan en las personas la búsqueda más profunda de sentido: la enfermedad, la muerte de una persona querida; la separación conyugal, la pérdida del empleo... En general, situaciones extremas son capaces de llevar al ser humano a buscar un sentido más allá de las realidades en las cuales está inserto. En estos contextos existenciales y en otros, no tan trágicos, queremos situar la "espiritualidad", un término de moda en las últimas décadas.
Son muchos los caminos "espirituales" que encontramos, hoy, en nuestra sociedad. Todas las religiones y movimientos esotéricos ofrecen itinerarios de los más variados colores. Frente a las innumerables posibilidades, cada individuo tiene la libertad de elegir el camino que lo ayude a encontrarse como "persona" y a satisfacer sus deseos más íntimos de realización de sentido.
La "espiritualidad cristiana", vivida desde sus diversas expresiones, es uno de los caminos que alguien puede libremente elegir. El adjetivo "cristiana", significa que tiene como primera referencia a Jesucristo. Vivir la espiritualidad cristiana auténtica es recorrer un camino de seguimiento de Jesús que exige, antes que nada, estar en "comunicación" con Él.
En el origen de la palabra "comunicación" está el término "comunión". En este sentido, "comunicación" y "espiritualidad" son dos realidades que convergen hacia un mismo fin. O sea, la espiritualidad cristiana supone entrar en "comunión" con Jesús, con su Palabra y Espíritu, que nace de un "encuentro" personal con Él.
Teniendo a Jesús como referencia, el cristiano entiende que vivir la espiritualidad cristiana es llenarse, no de "cosas", sino, sobre todo, de los valores que Él comunicó con su vida: amor, solidaridad, justicia, compasión, misericordia, etc. Es elegir un estilo de vida que rechaza el egoísmo, el desprecio por los otros, la codicia, la idolatría y todo lo que genera sufrimiento y muerte.
Por lo tanto, la espiritualidad cristiana supone "ser comunicación" de valores cristianos en el mundo material y real: en el mundo del trabajo, en la familia, en las relaciones sociales, en la política, etc. En esta espiritualidad no tiene sentido olvidar las cosas de la tierra para volverse a las cosas del cielo. Es lo contrario. Es valorizar las cosas de la tierra, que son obras de Dios, dando un sentido nuevo a todo, a cada día, a lo que somos, a lo que hacemos y a lo que tenemos. [Tomado de Revista San Pablo, Argentina]
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